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Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (página 2)




Enviado por billy vasquez



Partes: 1, 2

[…] el trabajo, al no cambiar nunca de valor, es el
único y definitivo patrón efectivo, por el cual se
comparan y estiman los valores de todos los bienes, cualesquiera
que sean las circunstancias de lugar y de tiempo. El trabajo es
su precio real, y la moneda es, únicamente, el precio
nominal. […]

De acuerdo con esa acepción vulgar puede decirse
que el trabajo, como los otros bienes, tiene un precio real y
otro nominal. El precio real diríamos que consiste en la
cantidad de cosas necesarias y convenientes que mediante el se
consiguen, y el nominal, la cantidad de dinero. El trabajador es
rico o pobre, se halla bien o mal remunerado, en
proporción al precio real del trabajo que ejecuta, pero no
al nominal. […]

Parece, pues, evidente, que el trabajo es la medida
universal y mas exacta del valor, la única regla que nos
permite comparar los valores de las diferentes mercancías
en distintos tiempos y lugares.

CAPITULO VI

Sobre los elementos componentes del precio
de las mercancías

En el estado primitivo y rudo de la sociedad, que
precede a la acumulación de capital y a la
apropiación de la tierra, la única circunstancia
que puede servir de norma para el cambio reciproco de diferentes
objetos parece ser la proporción entre las distintas
clases de trabajo que se necesitan para adquirirlos. Si en una
nación de cazadores, por ejemplo, cuesta usualmente doble
trabajo matar un castor que un ciervo, el castor, naturalmente,
se cambiara por o valdrá dos ciervos. Es natural que una
cosa que generalmente es producto del trabajo de dos días
o de dos horas valga el doble que la que es consecuencia de un
día o de una hora.

Si una clase de trabajo es mas penosa que otra,
será también natural que se haga una cierta
asignación a ese superior esfuerzo, y el producto de una
hora de trabajo, en un caso, se cambiara frecuentemente por el
producto de dos horas en otro. […]

En ese estado de cosas el producto integro del trabajo
pertenece al trabajador, y la cantidad de trabajo
comúnmente empleado en adquirir o producir una
mercancía es la única circunstancia que puede
regular la cantidad de trabajo ajeno que con ella se puede
adquirir, permutar o disponer. Mas tan pronto como el capital se
acumula en poder de personas determinadas, algunas de ellas
procuran regularmente emplearlo en dar trabajo a gentes
laboriosas, suministrándoles materiales y alimentos, para
sacar un provecho de la venta de su producto o del valor que el
trabajo incorpora a los materiales. Al cambiar un producto
acabado, bien sea por dinero, bien por tra- bajo, o por otras
mercaderías, además de lo que sea suficiente para
pagar el valor de los materia– les y los salaries de los obreros,
es necesario que se de algo por razón de las ganancias que
corresponden al empresario, el cual compromete su capital en esa
contingencia. En nuestro ejemplo el valor que el trabajador
añade a los materiales se resuelve en dos partes; una de
ellas paga el salario de los obreros, y la otra las ganancias del
empresario, sobre el fondo entero de materiales y salaries que
adelanta. El empresario no tendría interés alguno
en emplearlos si no esperase alcanzar de la venta de sus
productos algo mas de lo suficiente para reponer su capital, ni
tendría tampoco interés en emplear un capital
considerable, y no otro mas exiguo, si los beneficios no
guardasen cierta proporción con la cuantía del
capital.

En estas condiciones el producto integro del trabajo no
siempre pertenece al trabajador; ha de compartirlo, en la mayor
parte de los casos, con el propietario del capital que lo emplea.
La cantidad de trabajo que se gasta comúnmente en adquirir
o producir una mercancía no es la única
circunstancia que regula la cantidad susceptible de adquirirse
con ella, permutarse o cambiarse. Evidentemente, hay una cantidad
adicional que corresponde a los beneficios del capital empleado
en adelantar los salarios y suministrar los materiales de la
empresa.

Desde el momento en que las tierras de un país se
convierten en propiedad privada de los terratenientes, estos,
como los demás hombres, desean cosechar donde nunca
sembraron, y exigen una renta hasta por el producto natural del
suelo. La madera del bosque, la hierba del campo y todos los
frutos naturales de la tierra que, cuando esta era común,
solo le costaban al trabajador el esfuerzo de recogerlos,
comienzan a tener, incluso para el, un precio adicional. Ha de
pagar al terrateniente una parte de lo que su trabajo produce o
recolecta. Esta porción, o lo que es lo mismo, el precio
de ella, constituye la renta de la tierra, y se halla en el
precio de la mayor parte de los artículos como un tercer
componente.

El valor real de todas las diferentes partes que
componen el precio se mide, según podemos observar, por la
cantidad de trabajo que cada una de esas porciones dispone o
adquiere. El trabajo no solo mide el valor de aquella parte del
precio que se resuelve en trabajo, sino también el de
aquella otra que se traduce en renta y en beneficio.

En toda sociedad, pues, el precio de cualquier
mercancía se resuelve en una u otra de esas partes, o en
las tres a un tiempo, y en todo pueblo civilizado las tres
entran, en mayor o menor grado, en el precio de casi todos los
bienes. […]

CAPITULO VII

Del precio natural y del precio de mercado
de los bienes

En toda sociedad o comarca existe una tasa promedia o
corriente de salarios y de beneficios en cada uno de los empleos
distintos del trabajo y del capital. Como veremos mas adelante,
dicha tasa se regula naturalmente, en parte, por las
circunstancias generales de la sociedad, su riqueza o pobreza, su
condición estacionaria, adelantada o decadente; y en
parte, por la naturaleza peculiar de cada empleo.

Existe también en toda sociedad o comunidad una
tasa promedio o corriente de renta, que se regula asimismo, como
tendremos ocasión de ver mas adelante, en parte por las
circunstancias generales que concurren en aquella sociedad o
comunidad donde la tierra se halle situada, y en parte por la
fertilidad natural o artificial del terreno.

Estos niveles corrientes o promedios se pueden llamar
tasas naturales de los salaries, del beneficio y de la renta, en
el tiempo y lugar en que generalmente prevalecen.

Cuando el precio de una cosa es ni mas ni menos que el
suficiente para pagar la renta de la tierra, los salarios del
trabajo y los beneficios del capital empleado en obtenerla,
prepararla y traerla al mercado, de acuerdo con sus precios
corrientes, aquella se vende por lo que se llama su precio
natural.

El articulo se vende entonces por lo que precisamente
vale o por lo que realmente le cuesta a la persona que lo lleva
al mercado, y aun cuando en el lenguaje corriente, lo que se
denomina costo primo de un articulo no comprende el beneficio de
la persona que lo revende, es indudable que si esta lo vendiese a
un precio que no le rindiera el tipo de beneficio acostumbrado en
su región, perdería en el trato, ya que empleando
su capital en cualquier otro comercio hubiera realizado ese
beneficio. Además de esto, su beneficio es su renta,
puesto que es el fondo peculiar de su mantenimiento o
subsistencia. De la misma manera que, mientras esta preparando
los bienes y los trae al mercado, adelanta los salarios de sus
obreros, o lo que es lo mismo, su subsistencia, de igual suerte
se adelanta a si mismo sus medios de vida, y estos adelantos
deben guardar proporción con aquel beneficio que
razonablemente puede esperar de la venta de los bienes. Si esta,
pues, no le rinde tal beneficio, no podrá decirse
realmente que se le paga lo que le cuestan. […]

El precio efectivo a que corrientemente se venden las
mercancías es lo que se llama precio de mercado, y puede
coincidir con el precio natural o ser superior o inferior a
este.

El precio de mercado de cada mercancía en
particular se regula por la proporción entre la cantidad
de esta que realmente se lleva al mercado y la demanda de quienes
están dispuestos a pagar el precio natural del articulo, o
sea, el valor integro de la renta, el trabajo y el beneficio que
es preciso cubrir para presentarlo en el mercado. Estas personas
pueden denominarse compradores efectivos, y su demanda, demanda
efectiva, pues ha de ser suficientemente atractiva para que el
articulo sea conducido al mercado. Esta demanda es diferente de
la llamada absoluta. Un pobre, en cierto modo, desea tener un
coche y desearía poseerlo; pero su demanda no es una
demanda efectiva, pues el articulo no podrá ser llevado al
mercado para satisfacer su deseo.

Cuando la cantidad de una mercancía que se lleva
al mercado es insuficiente para cubrir la de- manda efectiva, es
imposible suministrar la cantidad requerida por todos cuantos se
hallan dis- puestos a pagar el valor integro de la renta, los
salaries y el beneficio, que es precise pagar para situar el
articulo en el mercado. Algunos de ellos, con tal de no renunciar
a la mercancía, estarían dispuestos a pagar mas por
ella. Por tal razón se suscitara entre ellos
inmediatamente una competencia, y el precio de mercado
subirá mis o menos sobre el precio natural, según
que la magnitud de la deficiencia, la riqueza o el afán de
ostentación de los competidores, estimulen mas o menos la
fuerza de la competencia. Entre los competidores de la misma
riqueza y disponibilidad de excedentes la misma deficiencia de la
oferta dará lugar a una competencia mas o menos extremada,
según la importancia mayor o menor que concedan a la
adquisición del articulo. Esto nos explica los precios
exorbitantes de los artículos de primera necesidad durante
el bloqueo de una población o en época de
hambre.

Cuando la cantidad llevada al mercado excede a la
demanda efectiva, no puede venderse entonces toda ella entre
quienes estarían dispuestos a pagar el valor completo de
la renta, salaries y beneficio que costo la mercancía
hasta situarla en el mercado. Parte de ella tiene que venderse a
los que están dispuestos a pagar menos, y este precio mas
bajo que ofrecen por ella, reducirá el de toda la
mercancía. El precio de mercado bajara mas o menos con
respecto al natural, según que la abundancia o la escasez
del genero incremente mas o menos la competencia entre los
vendedores, o según que estos se muestren mas o menos
propensos a desprenderse inmediatamente de la mercancía.
El mismo exceso en la importación de artículos
perecederos da ocasión a una competencia mayor que cuando
se trata de mercancías que se pueden conservar, como
ocurre, por ejemplo, con las naranjas en relación con la
chatarra. […] De este modo, el conjunto de actividades
desarrolladas anualmente para situar cualquier mercancía
en el mercado, se ajusta en forma natural la demanda efectiva.
Claro esta, se procura llevar siempre al mercado la cantidad
precisa y suficiente para cubrir con exactitud, sin exceso
alguno, esa demanda efectiva. […]

CAPITULO VIII

De los salarios del trabajo

Los salaries del trabajo dependen generalmente, por
doquier, del contrato concertado por lo comvin entre estas dos
partes, y cuyos intereses difícilmente coinciden. El
operario desea sacar lo mas posible, y los patronos dar lo menos
que puedan. Los obreros están siempre dispuestos a
concertarse para elevar los salaries, y los patronos, para
rebajarlos.

Sin embargo, no es difícil de prever cual de las
dos partes saldrá gananciosa en la disputa, en la mayor
parte de los casos, y podrá forzar a la otra a contentarse
con sus términos. Los patronos, siendo menos en
número, se pueden poner de acuerdo mas fácilmente,
además de que las leyes autorizan sus asociaciones o, por
lo menos, no las prohiben, mientras que, en el caso de los
trabajadores, las desautorizan. No encontramos leyes del
Parlamento que prohiban los acuerdos para rebajar el precio de la
obra; pero si muchas que prohiben esas estipulaciones para
elevarlo. En disputas de esa índole los patronos pueden
resistir mucho mas tiempo. Un propietario, un colono, un
fabricante o un comerciante, aun cuando no empleen un solo
trabajador, pueden generalmente vivir un ano o dos, disponiendo
del capital previamente adquirido. La mayor parte de los
trabajadores no podrán subsistir una semana, pocos
resistirán un mes, y apenas habrá uno que soporte
un ano sin empleo. A largo plazo, tanto el trabajador como el
patrono se necesitan mutuamente; pero con distinta
urgencia.

Kara vez se oye hablar, al decir de algunos, de acuerdos
entre patronos, pero es frecuente, en cambio, oír hablar
de los realizados entre obreros. Pero quienes se imaginan que las
cosas discurren de esta suerte, y que los patronos raras veces se
ponen de acuerdo, ignoran tanto la realidad como el asunto. Los
patronos, siempre y en todo lugar, mantuvieron una especie de
concierto tácito, pero constante y uniforme, para no
elevar los salarios por encima de su nivel actual. La
violación de esta especie de pacto se considera
universalmente una acción extraordinariamente impopular, e
implica un reproche, a quien así precede, por parte de sus
colegas y vecinos. Es cierto que raras veces se habla de
semejantes acuerdos; pero la razón es que no causan
novedad las cosas que se tienen por ordinarias y sabidas. Algunas
veces ocurre también que los patronos celebran acuerdos
especiales para hacer descender los salaries por debajo de aquel
nivel, a que acabamos de hacer referencia. Estas combinaciones se
hacen siempre con la mayor precaución y sigilo, hasta el
momento mismo de su ejecución, y cuando los obreros se
someten, por lo general sin resistencia, apenas lo comentan con
nadie, por rudo que sea el golpe para ellos. Sin embargo, dichas
coaliciones chocan frecuentemente con una acción
concertada y defensiva de los obreros, quienes también, a
veces, y sin necesidad de provocación previa, se ponen de
acuerdo para elevar el precio de su trabajo. […] En su
afán de lograr una resolución pronta, los obreros
promueven alborotos y, a veces, recurren a la violencia y al
ultraje mas ofensivos. […] Los obreros pocas veces
sacan fruto alguno de la violencia de esas tumultuosas
manifestaciones, las cuales —en parte, por la
intervención de la autoridad, en parte, por la gran
pertinacia de los patronos, y en la mayoría de los casos
por la necesidad en que se hallan los trabajadores de someterse,
para no carecer de los medios de subsistencia—, fracasan
generalmente, sin otro resultado que el castigo o la ruina de los
dirigentes. […]

La recompensa real del salario, o sea la cantidad
efectiva de las cosas necesarias y útiles para la vida que
dicha recompensa procura al obrero, ha aumentado en el curso de
la presente centuria quizá en mayor proporción que
el precio en dinero. […]

Esta mejora en las condiciones de las clases inferiores
del pueblo debe considerarse ventajosa o perjudicial para la
sociedad? La respuesta a primera vista parece muy sencilla. Los
criados, los trabajadores y los operarios de todas las
categorías constituyen la mayoría en toda sociedad
política de importancia. En consecuencia, no puede ser
perjudicial para el todo social lo que aprovecha a la mayor parte
de sus componentes. Ninguna sociedad puede ser floreciente y
feliz si la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables.
Es, por añadidura, equitativo que quienes alimentan,
visten y albergan al pueblo entero participen de tal modo en el
producto de su propia labor que ellos también se
encuentren razonablemente alimentados, vestidos y alojados.
[…]

CAPITULO X

De los salaries y beneficios en los
diferentes empleos del trabajo y del capital

Todas las ventajas y desventajas que se derivan de los
diferentes empleos del trabajo y del ca- pital, en el mismo
territorio, deberán ser perfectamente iguales o gravitar
continuamente hacia esa misma igualdad. Si en el mismo territorio
un empleo fuese evidentemente mas o menos ventajoso que otros, un
cierto numero de personas buscarían ocupación, en
un caso, y otro cierto numero desertarían de ese empleo,
en el otro, de tal suerte que muy pronto, por
compensación, se volvería al nivel de otras
ocupaciones. Así al menos sucedería en una sociedad
en que las cosas se dejasen discurrir por su curso natural, en la
que hubiere perfecta libertad y cada uno fuese completamente
libre para elegir la ocupación que tuviere por mas
conveniente, o para cambiarla tan pronto como lo juzgase
razonable. El interés individual llevaría presto a
cada quien a buscar la ocupación mas ventajosa y a
rechazar la que para el implicase desventaja.

Los salarios en dinero y los beneficios son, en verdad,
extraordinariamente diferentes, en Europa, en los diferentes
empleos del capital y del trabajo. Estas diferencias nacen, […]
en parte, […] como consecuencia de la política europea,
que no permite se desenvuelvan las cosas con perfecta libertad.
[…]

En primer lugar, la política en
Europa ocasiona una desigualdad considerable en la suma total de
las ventajas y desventajas de los diferentes empleos de capital y
de trabajo, al restringir la competencia en algunos empleos a un
número mas reducido de individuos de los que
estarían dispuestos a dedicarse a ellos, en otras
circunstancias.

Los principales medios de que se vale para esos fines
son los privilegios exclusivos de las corporaciones o
gremios.

El privilegio exclusivo de un oficio o gremio
necesariamente restringe la competencia, en la ciudad donde se
halle establecido, a las personas que gozan de la libertad de
ejercer en la respectiva actividad. El requisito esencial para
obtener esa licencia consiste en haber hecho el aprendizaje en el
mismo pueblo, bajo la guía de un maestro debidamente
autorizado. Los estatutos gremiales prescriben, a veces, el
número de aprendices que un maestro esta autorizado a
tener y, casi siempre, el número de anos que debe durar el
aprendizaje. El propósito de ambas regulaciones no es otro
sino el de limitar la competencia a un número mucho menor
de personas de las que de otra suerte se dedicarían a la
actividad respectiva. La limitación del número de
aprendices sirve para restringir directamente la concurrencia. La
prolongación del tiempo de aprendizaje opera de una manera
indirecta, pero no menos eficaz, al aumentar los gastos de
educación. […]

En segundo lugar, como la política de Europa
aumenta la competencia en algunos ramos mucho mas de lo que seria
natural, ocasiona otra desigualdad muy importante en la
distribución general de las ventajas y desventajas que
resultan de los diferentes empleos de capital y de
trabajo.

[…]

En tercer lugar, la política que se sigue en
Europa coarta la libre circulación del trabajo y del
capital, tanto de empleo a empleo como de lugar a lugar,
ocasionando así otra desigualdad en las ventajas y
desventajas conjuntas de las diversas ocupaciones.
[…]

Libro
segundo

INTRODUCClON

En aquel estado primitivo de la sociedad, en que no se
practica la división del trabajo, y apenas se conoce el
cambio, y en el cual cada ser humano se procura cuanto necesita,
por su propio esfuerzo, no es necesario acumular capital de
antemano para desarrollar las actividades de la colectividad.
Cada hombre procura satisfacer sus necesidades en la medida que
se presentan, poniendo en juego su propia laboriosidad. Cuando
esta hambriento, sale a cazar al bosque; cuando su vestimenta
esta deteriorada cubre su cuerpo con la piel del primer animal
grande al que da muerte, y cuando la choza amenaza ruina, la
repara, con los arboles y la tierra de las
inmediaciones.

Ahora bien, una vez establecida en gran escala la
división del trabajo, el producto de la tarea individual
no alcanza a cubrir sino una parte muy pequeña de sus
necesidades eventuales. La mayoría de las gentes recurren
al producto del trabajo de otras personas, que compra o adquiere
con el producto del trabajo propio, o lo que es igual, con el
precio de este. Pero como dicha adquisición no puede
hacerse hasta que el producto del trabajo individual propio no
solamente este terminado, sino vendido, es necesario acumular
diferentes bienes en cantidad suficiente para mantenerle y
surtirle con los materiales e instrumentos propios de su labor,
hasta el instante mismo en que ambas circunstancias acaezcan. Un
tejedor no puede aplicarse plenamente a las tareas propias de su
oficio si de antemano no ha acumulado en alguna parte, bien a su
disposición o en poder de otra persona, un capital
suficiente para atender a su manutención y disponer de los
materiales e instrumentos de su oficio, hasta el momento mismo en
que no solamente haya acabado la labor, sino vendido la tela.
Esta acumulación es menester que preceda necesariamente a
la aplicación de su actividad a dicha industria, por todo
el tiempo que dure semejante tarea.

Así como la acumulación del capital,
según el orden natural de las cosas debe preceder a la
divi- sión del trabajo, de la misma manera, la
subdivisión de este, solo puede progresar en la medida en
que el capital haya ido acumulándose previamente. La
cantidad de materiales que el mismo número de personas se
encuentra en condiciones de manufacturar aumenta en la medida
misma en que el trabajo se subdivide cada vez mas, y como las
tareas de cada trabajador van gradualmente haciéndose mas
sencillas, se inventan nuevas maquinas, que facilitan y abrevian
aquellas operaciones. Asf, al ritmo al que adelanta la
división del trabajo para proporcionar un empleo constante
al mismo número de operarios ha de acumularse previamente
un fondo de provisiones adecuado a dicho número, y una
cantidad de materiales y de herramientas mayor del que
sería menester en una situación rudimentaria. Ahora
bien, el número de obreros en cada una de las ramas de la
industria aumenta generalmente con la división del trabajo
en ese sector, o mas bien el aumento de ese número
facilita la clasificación de los obreros en dicha
actividad.

Así como la acumulación del capital es
condición previa para llevar adelante esos progresos en la
capacidad productiva del trabajo, de igual suerte dicha
acumulación tiende naturalmente a perfeccionar tales
adelantos. Quien emplea su capital en dar trabajo, desea
naturalmente emplearlo de tal modo que este produzca la mayor
cantidad de obra posible. Procura, por tanto, que la
distribución de operaciones entre sus obreros sea la mas
conveniente, y les provee, al mismo tiempo, de las mejores
maquinas que pueda inventar o le sea posible adquirir. Sus
aptitudes en ambos respectos guardan proporción con la
magnitud de su capital o con el número de personas a
quienes pueda dar trabajo. Por consiguiente, no solo aumenta el
volumen de actividad en los países, con la
acumulación de capital que en ella se emplea, sino que,
como consecuencia de este aumento, un mismo volumen de actividad
produce mucha mayor cantidad de obra. Tales son, en general, los
efectos que produce la acumulación del capital en la
industria y en su capacidad productora.[…]

CAPITULO III

De la acumulación del capital, o del
trabajo productivo e improductivo

Existe una especie de trabajo que afiade valor al objeto
a que se incorpora, y otra que no produ- ce aquel efecto. Al
primero, por el hecho de producir valor, se le llama productivo;
al segundo, improductivo. Así, el trabajo de un artesano
en una manufactura, agrega generalmente valor a los materiales
que trabaja, tales como su mantenimiento y los beneficios del
maestro. El de un criado domestico, por el contrario, no
añade valor alguno. Aunque el maestro haya adelantado al
operario sus salaries, nada viene a costarle en realidad, pues el
aumento de valor que recibe la materia, en que se ejercito el
trabajo, restituye, por lo general, con ganancias los jornales
adelantados; pero el mantenimiento de un sirviente jamas le es
restituido al amo de ese modo. Cualquiera se enriquece empleando
muchos obreros en las manufacturas, y en cambio, se empobrece
manteniendo un gran numero de criados. Sin embargo, el trabajo de
estos últimos dene también su valor peculiar, y
merece una recompensa con tanta justicia como el de un artesano.
Pero la labor del obrero empleado en las manufacturas se concreta
y realiza en algún objeto especial o mercancía
vendible, que dura, por lo menos, algún tiempo
después de terminado el trabajo. Viene a ser como si en
aquella mercancía se incorporase o almacenase una cierta
cantidad de trabajo, que se puede emplear, si es necesario, en
otra ocasión. Aquel objeto, o lo que es lo mismo, su
precio puede poner después en movimiento una cantidad de
trabajo igual a la que en su origen sirvió para
producirlo. El trabajo de los servidores domésticos no se
concreta ni realiza en materia alguna particular o
mercancía susceptible de venta. Sus servicios perecen, por
lo común, en el momento de prestarlos, y rara vez dejan
tras de si huella de su valor, que sirviera para adquirir igual
cantidad de trabajo.

El trabajo de algunas de las clases mis respetables de
la sociedad al igual de lo que ocurre con los servidores
domésticos, no produce valor alguno, y no se concreta o
realiza en un objeto permanente o mercancía vendible, que
dure después de realizado el trabajo, ni da origen a valor
que permitiera conseguir mas tarde igual cantidad de trabajo. El
soberano, por ejemplo, con todos los funcionarios o ministros de
justicia que sirven bajo su mando, los del ejercito y de la
marina, son en aquel sentido trabajadores improductivos. Sirven
al público y se les mantiene con una parte del producto
anual de los afanes de las demás clases del pueblo. Los
servicios que estos prestan, por honorables que sean, por
útiles que se consideren, nada producen en el sentido de
poder adquirir igual cantidad de otro servicio. La
protección, la seguridad y la defensa de la
república, efecto del trabajo de esos grupos en el
presente ano, no podrá comprar la defensa, la
protección y la seguridad en el venidero. Igual
consideración merecen otras muchas profesiones, tanto de
las mas importantes y graves como de las mas inútiles y
frívolas, los jurisconsultos, los clérigos, los
médicos, los literatos de todas clases; y los bufones,
músicos, cantantes, bailarines, etc. El trabajo de los mas
insignificantes tiene su exacto valor y se regula por los mismos
principios que gobiernan cualquier otra especie de trabajo; pero,
aun el de la clase mas noble y sutil, nada produce que sea capaz
de proporcionar, después, otra cantidad de trabajo igual,
porque perece en el momento mismo de su prestación, como
la declamación del actor, la arenga del orador o la
melodía del músico.

Todos los trabajadores, tanto productivos como
improductivos, como los que no realizan ninguna clase de trabajo,
son mantenidos igualmente con el producto anual de la tierra y
del trabajo del país. Pero este producto, por grande que
sea, no puede ser infinita, y siempre ha de reconocer ciertos
limites. Así, pues, según sea mayor o menor la
cantidad que del mismo se emplee cada ano en el sostenimiento de
personas improductivas, así será menor o mayor lo
que reste para el sostenimiento de las que producen, siendo
también mayor o menor, según aquella misma
proporción, el producto del ano siguiente, porque todo el
producto anual, a excepción de las espontaneas
producciones de la tierra, es efecto del trabajo productivo.
[…]

Tanto los trabajadores improductivos, como aquellos
otros que no trabajan en absoluto, se han de mantener a base de
algún ingreso, bien sea de aquella parte del producto
anual que originariamente se destina a constituir el ingreso de
alguna persona particular, como es la renta de la tierra o el
beneficio del capital, o bien de aquella otra porción que,
aun cuando se destina primordial y exclusivamente a reponer el
capital y al sostenimiento de los trabajadores productivos, luego
que llega a poder de los destinatarios y provee a su
subsistencia, deja algún sobrante, que se puede emplear en
manos productivas o en las que son estériles. De este
modo, no solamente un poderoso terrateniente o un rico
comerciante, sino un operario común, cuando su salario es
de cierta importancia, puede mantener un criado. Igualmente puede
ir alguna vez a un teatro o asistir a un espectáculo de
marionetas, contribuyendo así al mantenimiento de cierta
clase de trabajadores improductivos, o pagar contribuciones con
que ayudar a sostener otra clase mas honorable y útil,
aunque igualmente improductiva. Pero siempre resulta que aquella
porción del producto anual, cuyo primordial destine es
reponer un capital, de ningún modo se emplea en manos que
no son productivas, hasta haber puesto en movimiento todo el
trabajo productivo que le corresponde, o toda aquella cantidad
que puede y debe manejar en el objeto a que se destina. Es
necesario que el obrero haya concluido la obra y percibido los
salaries para que pueda emplear, en aquella forma, parte de su
retribución, y aun la parte que destina a este cometido
es, por lo general, muy pequeña. Esta porción es la
parte que ahorra de su ingreso y que, tratándose de
trabajadores productivos, no puede ser muy grande. No obstante,
por lo común, siempre tiene cierta importancia, y cuando
pagan las contribuciones, la magnitud de su número
compensa en cierto modo la pequeña aportación de
cada uno de ellos. La renta de la tierra y los beneficios del
capital son, por doquier, las principales fuentes de donde
derivan su mantenimiento las manos improductivas. Estas dos
clases de ingresos son las que permiten a los propietarios un
ahorro mas grande, con el cual pueden mantener indiferentemente
manos productivas o esteYiles, aun cuando, por lo general, estas
clases tienen cierta predilección por las ultimas. Los
dispendios de un gran terrateniente mantienen, por lo
común, mayor número de personas ociosas que de
trabajadores. El comerciante rico, aunque emplea su capital en
mantener solamente personas industriosas, con sus gastos es
decir, con el empleo de sus rentas mantiene, por lo general, las
mismas clases de gentes que un poderoso hacendado.

En consecuencia, la proporción que
existe entre las manos productivas y las que no se consideran
como tales, en cualquier país, depende en gran parte de la
relación del producto anual que en cuanto proviene de la
tierra o de las manos de los trabajadores productivos— se
destina inmediatamente a reponer el capital, y la que se destina
a asegurar un ingreso, llámese renta o beneficio. Mas esta
proporción es muy distinta en los países ricos
y en los pobres. […] Parece, pues, que la
proporción entre capital y renta es la que regula en todas
partes la relación que existe entre ociosidad e industria.
Donde predomina el capital, prevalece la actividad
económica; donde prevalece la renta, predomina la
ociosidad. Cualquier aumento o disminución del capital
promueve de una manera natural el aumento o la disminución
de la magnitud de la industria, el numero de manos productivas y,
por consiguiente, el valor en cambio del producto anual de la
tierra y del trabajo del país, que es en definitiva la
riqueza real y el ingreso de sus habitantes.

Los capitales aumentan con la sobriedad y la parsimonia,
y disminuyen con la prodigalidad y la
disipación.

Todo lo que una persona ahorra de su renta lo acumula a
su capital y lo emplea en mantener un mayor numero de manos
productivas, o facilita que otra persona lo haga,
prestándoselo a cambio de un interés o, lo que
viene a ser lo mismo, de una participación en la ganancia.
Así como el capital de un individuo solo puede aumentar
con lo que ahorre de sus rentas anuales o de sus ganancias, de
igual suerte el capital de la sociedad, que coincide con el de
sus individuos no puede acrecentarse sino en la misma
forma.

La sobriedad o parsimonia y no la laboriosidad es la
causa inmediata del aumento de capital. La laboriosidad, en
efecto, provee la materia que la parsimonia acumula; pero por
mucho que fuese capaz de adquirir aquella, nunca podría
lograr engrandecer el capital, sin el concurso de esta ul-
tima.

La parsimonia, al aumentar el capital que se destina a
dar ocupación a manos productivas, contribuye a aumentar
el numero de aquellas cuyo trabajo agrega algún valor a la
materia que elaboran, contribuyendo así a incrementar el
valor en cambio del producto anual de la tierra y del trabajo del
país. Pone en movimiento una cantidad adicional de
actividad laboriosa que da un valor adicional a ese producto
anual.

Lo que cada ano se ahorra se consume regularmente, de la
misma manera que lo que se gasta en el mismo periodo, y casi al
mismo tiempo también, pero por una clase distinta de
gentes. Aquella porción de sus rentas que gasta anualmente
el rico, se consume, en la mayor parte de los casos, por los
criados y huéspedes ociosos, que nada producen a cambio de
lo que consumen. Sin embargo, la proporción de la renta
que ahorra al cabo del ano, como que se emplea en la
consecución de una ganancia se emplea en concepto de
capital, y se consume en la misma forma y poco mas o menos en el
mismo período de tiempo, pero por una clase distinta de
gente, los manufactureros, trabajadores y artesanos, que
reproducen, con una ganancia neta, lo que anualmente consumen.
Supongamos, a manera de ejemplo, que aquellas rentas se le pagan
en dinero. En el caso de que las gaste en su totalidad, el
alimento, el vestido y el albergue, que con todo aquel dinero
puede adquirir, queda distribuido entre la gente de la primera
clase: pero si ahorra alguna porción de aquel dinero, como
esta parte se invierte de modo inmediato, en concepto de capital,
con la mira de obtener una ganancia, el vestido, el alojamiento y
las provisiones que se pueden comprar con esa parte, se reservan
necesariamente para la segunda categoría de personas. El
consumo es el mismo, pero los consumidores son diferentes. […]
Cualquier aumento en la cantidad de plata, permaneciendo
inalterable la de mercancías que por su mediación
circulan, no puede tener otro efecto sino el de disminuir el
valor de aquel metal. El valor nominal de toda clase de bienes
seria mayor, pero el valor real seria necesariamente el mismo de
antes. Se cambiarían por un mayor número de monedas
de plata, pero la cantidad de trabajo de que podrían
disponer, así como el número de gentes que
podrían mantener y emplear, seria precisamente el mismo.
El capital del país seria también idéntico,
aunque ahora se necesitase una mayor cantidad de signos
monetarios para trasladar de una mano a otra la misma suma. Los
folios de una escritura o el alegato de un abogado verboso
crecerían en extensión, pero la cosa materia de la
obligación seria la misma que antes y produciría
idénticos efectos. Permaneciendo inalterados los fondos
destinados al mantenimiento de trabajo productivo, igual
ocurriría con la demanda de ese trabajo. El precio real
del salario seria el mismo, aunque aumentase el precio nominal.
Los obreros recibirían un mayor número de signos
monetarios, pero con ellos no podrían comprar una mayor
cantidad de bienes. Los beneficios del capital serían los
mismos, tanto en el aspecto nominal como en el real. Los salaries
del trabajo se computan regularmente por la cantidad de plata que
se paga al trabajador, y cuando esta aumenta, se dice que
aumentan también aquellos, aunque no sean realmente
mayores. Ahora bien, las ganancias del capital no se miden por la
cantidad de signos monetarios con que se pagan dichos beneficios,
sino por la proporción que guardan con el capital
empleado. […] Pero no habiéndose alterado el capital
total de la nación, la competencia entre los diferentes
capitales individuales, que componen aquella masa, será la
misma que antes.

Libro
tercero

CAPITULO I

Del progreso natural de la
opulencia

La actividad comercial mas eminente de toda sociedad
civilizada es la que tiene lugar entre los habitantes de las
ciudades y los del campo. Consiste en el cambio de los productos
primarios por los manufacturados, bien sea utilizando el
instrumento de la moneda, o cierta especie de papel que hace sus
veces. El campo surte a la ciudad con todo genero de provisiones
y primeras materias para las manufacturas. La ciudad, a su vez,
paga este surtido devolviendo parte de aquellas mismas
producciones, ya manufacturadas, a los habitantes del campo. La
ciudad, donde no existe ni puede existir reproducción de
especies, puede decirse que gana en el campo toda su riqueza y
subsistencia; pero no por esto habremos de imaginar que la
ganancia de la ciudad representa precisamente una perdida para el
campo, porque la ganancia de ambas partes es reciproca, y la
división del trabajo también es, en este caso, como
en los demás, ventajosa a cuantas se emplean en las varias
ocupaciones en que se encuentra aque"! subdividido. Los
habitantes del campo compran en la ciudad mas cantidad de
géneros manufacturados con el producto de mucho menor
cantidad de trabajo propio, que la que necesitarían
emplear si preparasen por si mismos aquellas manufacturas. La
ciudad proporciona a los cultivadores de las tierras un mercado
muy cómodo para el producto excedente del campo, o para lo
que resta después de atender a su consumo, y es en la
ciudad donde estos campesinos cambian sus producciones por otras
cosas que necesitan. Cuanto mayor es el número y los
ingresos de los habitantes de las ciudades, mas extenso es el
mercado que se ofrece a quienes viven en distritos rurales; y
cuanto mas extensiva sea este mercado, mayor será el
número de los que participan de sus ventajas.
[…]

Así como, por naturaleza, el sustento es primero
que las comodidades y el lujo, así la actividad
económica que proporciona satisfacción al primero
habrá de ser necesariamente preferida a la que surte el
segundo. El cultivo y mejora de las tierras que producen el
sustento no puede menos de preceder a los progresos de la ciudad,
que es la que suministra los medios para las comodidades y el
lujo. El producto excedente del campo, o sea lo que resta
después de haber atendido a las necesidades de quienes lo
cultivan, constituye la subsistencia de la ciudad, de tal forma
que esta no puede progresar sino con el aumento de dicho
excedente de las zonas rurales. […]

Son las naturales inclinaciones del hombre las que
promueven, en cada país particular, aquel orden de cosas
que las necesidades humanas imponen en general a todo el mundo,
aunque no específicamente en cada país. […] A
igualdad de beneficios, o a falta de grandes diferencias entre
ellos, la mayor parte de los hombres hubieran preferido emplear
sus capitales en el cultivo y mejora de los campos, en lugar de
destinarlos a las manufacturas o al comercio exterior. Quien
emplea su capital en trabajar la tierra lo tiene mas a su alcance
y bajo su control, por lo que su fortuna se halla mucho menos
expuesta a las adversidades que afligen al comerciante, quien se
ve obligado la mayor parte de las veces a fiarla no solo a los
vientos y a las olas, sino a otros elementos mas azarosos, tales
como la imprudencia y la injusticia de algunos hombres,
concediendo a veces créditos liberales a personas situadas
en lugares distantes y cuyo carácter y situación
nunca pueden ser enteramente conocidos del interesado.
[…]

Cuando se piensa emplear un capital, en
igualdad de posibilidades de ganancia, las manu- facturas son
naturalmente preferidas al comercio exterior, por la misma
razón que la agricultura se prefiere a las manufacturas.
Así como el capital del hacendado o del labrador esta mas
seguro que el empleado en las manufacturas, así
también lo esta el del fabricante con respecto al de quien
comercia en géneros extranjeros porque lo tiene mas a mano
y bajo su control. […] Siguiendo, pues, el curso natural de las
cosas, la mayor parte del capital de toda sociedad adelantada se
invierte, primero, en la agricultura, después en las
manufacturas y, por ultimo, en el comercio exterior. Este orden
de cosas es tan regular que no creemos exista sociedad alguna
poseedora de un cierto territorio en que no se haya manifestado
en cierto grado. Siempre se ha visto que fueron cultivadas partes
de sus tierras antes de que se establecieran ciudades

irnportantes, asi como se han establecido algunas
rnanufacturas e industrias, aunque rudirnentarias, antes de haber
podido pensar de una rnanera prudente en ernprender actividades
de cornercio exterior. […]

Libro
cuarto

INTRODUCCION

La economía política, considerada como uno
de los ramos de la ciencia del legislador o del estadista, se
propone dos objetos distintos: el primero, suministrar al pueblo
un abundante ingreso o subsistencia, o, hablando con mas
propiedad, habilitar a sus individuos y ponerles en condiciones
de lograr por si mismos ambas cosas; el segundo, proveer al
Estado o República de rentas suficientes para los
servicios públicos. Procura realizar, pues, ambos fines, o
sea enriquecer al soberano y al pueblo.

Los diferentes progresos que en punto a opulencia se han
hecho durante varios siglos y en distintas naciones dieron origen
a dos distintos sistemas de economía política,
dirigidos a enri- quecer los pueblos: el uno, puede llamarse
sistema mercantil; el otro, sistema agrícola. Procuraremos
explicar ambos con la claridad y distinción que nos sea
posible, comenzando por el sistema mercantil. […]

CAPITULO I

Del principio del sistema
mercantil

Que la riqueza consiste en dinero, o en oro y plata, es
una idea popular, derivada de las dos distintas funciones del
dinero, como instrumento de comercio y como medida de valor. En
virtud de la primera de esas funciones, podemos adquirir con el
dinero cuanto necesitamos, con mas facilidad que por
mediación de cualquier otra mercancía. El gran
negocio de siempre consiste en ganar dinero. Una vez conseguido
este, cesan las dificultades para emprender otras adquisiciones
sucesivas. Como consecuencia de la segunda de esas funciones, que
consiste en ser medida de valor, estimamos todas las demás
cosas por la cantidad de dinero que podemos conseguir a cambio de
ellas. Solemos decir de un hombre rico que vale mucho dinero, y
de un hombre pobre que vale poco. De uno ahorrador, o que desea
enriquecerse, se acostumbra decir que es muy amante del dinero; y
de otro que sea generoso o gastador, que lo mira con
indiferencia. Enriquecerse consiste en adquirir dinero; la
riqueza y el dinero se tienen, en el lenguaje vulgar, como
términos sinónimos.

Un país se supone que es
generalmente rico, de la misma manera que una persona, cuando
abunda en dinero, y el atesorar oro y plata se considera el
camino mas corto y seguro de enriquecerse. Poco tiempo
después del descubrimiento de América, la primera
pregunta que solían hacer los españoles, cuando
llegaban a costas desconocidas, era si había o no oro o
plata en los lugares cercanos. Por los informes de esta clase que
tomaban juzgaban después si sería o no conveniente
fundar establecimientos en los países que se creían
dignos de conquista. […] Imbuidas por esas máximas
vulgares, todas las naciones de Europa se dedicaron a estudiar,
aunque no siempre con éxito, las diversas maneras posibles
de acumular oro y plata en sus respectivos países.
España y Portugal, propietarias de las principales minas
que surten a Europa de aquellos metales, han prohibido su
exportación bajo las penas mas severas, o bien han
sometido la saca a impuestos muy fuertes. […]

El comercio interior, que es el mis importante de todos,
el trafico en que un capital de la misma cuantía produce
el mayor ingreso y crea la ocupación mas amplia, se
consideraba como subsidiario tan solo del comercio extranjero. Se
aseguraba que ni traía ni quitaba dinero al país.
Por ende, la nación no podía ser por su causa ni
mas rica ni mas pobre, a no ser porque su prosperidad o
decadencia podía influir en la situación del
comercio extranjero. […]

En el supuesto, pues, de que se establezcan como ciertos
los dos principies: que la riqueza consiste en el oro y la plata,
y que estos metales pueden introducirse en los países
desprovistos de minas por el único medio de la balanza de
comercio, o extrayendo mayor valor del que se introduce, el gran
objetivo de la economía política habrá de
ser disminuir todo lo posible la importación de
géneros extranjeros para el consume domestico y aumentar,
en lo posible, la exportación del producto de la industria
nacional. Los dos grandes arbitrios para enriquecer un
país no podían ser otros que las restricciones a la
importación y el fomento de las exportaciones. Las
restricciones sobre la introducción de mercancías
extranjeras en un país son de dos especies.

La primera consiste en las restricciones que se
establecen, sin reparar en el país de procedencia, sobre
géneros extranjeros, para el consume domestico, que se
pueden producir en el interior.

La segunda implica las que se imponen sobre la mayor
parte de los artículos extranjeros de ciertas naciones,
con las que se supone que es desfavorable la balanza de
comercio.

Todas estas restricciones unas veces consisten en
derechos elevados sobre la importación, y otras veces en
prohibiciones absolutas.

La exportación se fomenta, a veces, con la
devolución de derechos, y otras, con primas a la
exportación. También por medio de tratados de
comercio .ventajosos con Estados extranjeros, y mediante el
establecimiento de colonias en países
distantes.

La devolución de derechos suele tener lugar en
dos ocasiones: cuando las manufacturas domesticas estaban sujetas
a ciertos impuestos, los cuales se devuelven, en todo o en parte,
a quien los pago, si dichos productos se exportan; o cuando se
importan géneros extranjeros sujetos al pago de ciertos
derechos, para reexportarlos, en cuyo caso se devuelve total o
parcialmente la suma satisfecha.

Las primas a la exportación se conceden para
fomentar las manufacturas nuevas o cualquier otra especie de
industria que se considere digna de favor.

Por medio de los tratados de comercio ventajosos se
procura conseguir de un país extranjero algunos
privilegios para los comerciantes y las mercancías del
propio, además de los que aquella nación concede a
otros países.

En las colonias que se establecen en países
distantes, no solo se pretende gozar de privilegios particulares,
sino generalmente de un monopolio absoluto para los efectos y
comerciantes de la metrópoli.

Las dos especies de restricciones sobre la
importación, además de los otros cuatro
procedimientos que hemos citado para fomentar la
exportación, constituyen los seis resortes principales con
que el sistema comercial se propone aumentar la cantidad de oro y
plata en cualquier nación, atrayendo hacia ella todos los
efectos favorables de la balanza de comercio. […] Según
ellos, por su natural tendencia, contribuyan a aumentar o
disminuir el producto anual del país, así
contribuirán evidentemente a aumentar o disminuir la
riqueza real y las rentas efectivas de la
nación.

CAPITULO II

De las restricciones impuestas a la
introducción de aquellas mercancías extranjeras que
se pueden producir en el país

Haciendo uso de restricciones mediante elevados derechos
de aduanas, o prohibiendo en absoluto la introducción de
los géneros extranjeros que se pueden producir en el
país se asegura un cierto monopolio del mercado interior a
la industria nacional consagrada a producir esos
artículos. […]

Es seguro y evidente que este monopolio del mercado
interior constituye un gran incentive para aquellas industrias
particulares que lo disfrutan, desplazando hacia aquel destino
una mayor proporción del capital y del trabajo del
país que de otro modo se hubiera desplazado. Pero ya no
resulta tan evidente que ese monopolio tienda a acrecentar la
actividad económica de la sociedad o a imprimirle la
dirección mas ventajosa.

La industria general de una sociedad nunca puede exceder
de la que sea capaz de emplear el capital de la nación.
Así como el número de operarios que de
continúe emplea un particular, debe guardar cierta
proporción con su capital, así el número de
los que pueden ser empleados constantemente por todos los
miembros de una gran sociedad debe guardar también una
proporción correlativa con el capital total de la misma, y
no puede exceder de esa proporción. No hay
regulación comercial que sea capaz de aumentar la
actividad económica de cualquier sociedad mas alla de lo
que su capital pueda mantener. Unicamente puede desplazar una
parte en dirección distinta a la que de otra suerte se
hubiera orientado; pero de ningún modo puede asegurarse
que esta dirección artificial haya de ser mas ventajosa a
la sociedad, considerada en su conjunto, que la que hubiese sido
en el caso de que las cosas discurriesen por sus naturales
cauces.

Cada individuo en particular se afana continuamente en
buscar el empleo mas ventajoso para el capital de que puede
disponer. Lo que desde luego se propone es su propio
interés, no el de la sociedad; pero estos mismos esfuerzos
hacia su propia ventaja le inclinan a preferir, de una manera
natural, o mas bien necesaria, el empleo mas útil a la
sociedad como tal.

En primer lugar, todo individuo procura emplear su
capital lo mas cerca que pueda de su lugar de residencia y, por
consiguiente, se esforzara en promover, en los limites de sus
fuerzas, la industria domestica, con tal de que por dicho medio
pueda conseguir las utilidades ordinarias del capital o, por lo
menos, ganancias que no sean mucho menores que estas.
[…]

En segundo lugar, quien emplea su capital en sostener la
industria domestica procura fomentar aquel ramo cuyo producto es
de mayor valor y utilidad.

El producto de la industria es lo que esta añade
a los materiales que trabaja y, por lo tanto, los beneficios del
fabricante serán mayores o menores, en proporción
al valor mayor o menor de ese producto. Unicamente el afán
de lucro inclina al hombre a emplear su capital en empresas
industriales, y procurara invertirlo en sostener aquellas
industrias cuyo producto considere que tiene el máximo
valor, o que pueda cambiarse por mayor cantidad de dinero o de
cualquier otra mercancía. Pero el ingreso anual de la
sociedad es precisamente igual al valor en cambio del total
producto anual de sus actividades económicas, o mejor
dicho, se identifica con el mismo. Ahora bien, como cualquier
individuo pone todo su empeño en emplear su capital en
sostener la industria domestica, y dirigirla a la
consecución del producto que rinde mas valor, resulta que
cada uno de ellos colabora de una manera necesaria en la
obtención del ingreso anual máximo para la
sociedad. Ninguno se propone, por lo general, promover el
interés público, ni sabe hasta que punto lo
promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su
país a la extranjera, únicamente considera su
seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su
producto represente el mayor valor posible, solo piensa en su
ganancia propia; pero en este como en otros muchos casos, es
conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba
en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad
que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos,
pues al perseguir su propio interés, promueve el de la
sociedad de una manera mas efectiva que si esto entrara en sus
designios. No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas
por aquellos que presumen de servir sólo el interés
público. Pero esta es una afectación que no es muy
común entre comerciantes, y bastan muy pocas palabras para
disuadirlos de esa actitud.

Cual sea la especie de actividad domestica en que pueda
invertir su capital, y cuyo producto sea probablemente de mas
valor, es un asunto que juzgara mejor el individuo interesado en
cada caso particular, que no el legislador o el hombre de Estado.
El gobernante que intentase dirigir a los particulares respecto
de la forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría
a su cargo una empresa imposible, y se arrogaría una
autoridad que no puede confiarse prudentemente ni a una sola
persona, ni a un senado o consejo, y nunca seria mas peligroso
ese empeño que en manos de una persona lo suficientemente
presuntuosa e insensata como para considerarse capaz de realizar
tal cometido. […]

Lo que es prudencia en el gobierno de una familia
particular, raras veces deja de serlo en la conducta de un gran
reino. Cuando un país extranjero nos puede ofrecer una
mercancía en condiciones mas baratas que nosotros podemos
hacerla, será mejor comprarla que producirla, dando por
ella parte del producto de nuestra propia actividad
económica, y dejando a esta emplearse en aquellos ramos en
que saque ventaja al extranjero. Como la industria de un
país guarda siempre proporción con el capital que
la emplea, no por eso quedar disminuida, ni tampoco las
conveniencias de los artesanos, a que nos referiamos antes, pues
buscara por s£ misma el empleo mas ventajoso. Pero no se
emplea con la mayor ventaja si se destina a fabricar un objeto
que se puede comprar mas barato que si se produjese, pues
disminuiría seguramente, en mayor o menor
proporción, el producto anual, cuando por aquel camino se
desplaza desde la producción de mercaderías de mas
valor hacia otras de menor importancia. De acuerdo con nuestro
supuesto, esas mercancías se podrían comprar mas
baratas en el mercado extranjero que si se fabricasen en el
propio. Se podrían adquirir solamente con una parte de
otras mercaderías, o en otros términos, con solo
una parte del precio de aquellos artículos que
podría haber producido en el país con igual capital
la actividad económica empleada en su elaboración,
si se la hubiera abandonado a su natural impulse. En
consecuencia, se separa la industria del país de un empleo
mas ventajoso y se aplica al que lo es menos, y en lugar de
aumentarse el producto permutable de su producto anual, como
seria la intención del legislador, no puede menos de
disminuir considerablemente. [.]

Son a veces tan grandes las ventajas que un
país tiene sobre otro en ciertas producciones, que todo el
mundo reconoce cuan vano resulta luchar contra ellas. En Escocia
podrían plantarse muchas viñas y obtenerse muy
buenos vinos por medio de invernaderos, mantillo y vidrieras,
pero saldrían treinta veces mas caros que los de la misma
calidad procedentes de otro país. Sería razonable
prohibir la introducción de vinos extranjeros solo con el
fin de fomentar la producción de clarete o borgoña
en suelo escocés? Si resulta un manifiesto absurdo emplear
treinta veces mas capital y mas trabajo en un país que lo
que hubiera sido necesario para comprar en el extranjero los
artículos que se necesitan, es también una
equivocación, aunque no tan grande, desviar hacia
cualquier empleo una trigésima, o una trescentesima del
capital o del esfuerzo humano. Que séan naturales o
adquiridas las ventajas que un país tenga sobre otro, no
tiene importancia al respecto. Pero, desde el momento que una
nación posee tales ventajas y otra carece de ellas,
siempre será mas ventajoso para esta comprar en aquella
que producir por su cuenta. Es solo una ventaja adquirida la que
posee un artesano con relación al vecino que se ejercita
en otro oficio, y ello no obstante, encuentran que es mas
beneficioso para ambos comprarse mutuamente que producir
artículos extraños a la respectiva actividad.
[…]

CAPITULO IX

De los sistemas agrícolas, o sea de
aquellos sistemas de economía política que
consideran el producto de la tierra como la única o la
principal fuente de renta o de riqueza del país

Los sistemas agrícolas de Economía
política no necesitan una explicación tan prolija
como la que hemos dedicado al sistema mercantil o
comercial.

Desconocemos si existe alguna nación que haya
adoptado un sistema que considere el producto de la tierra como
el único origen y fuente exclusiva de toda la renta o
riqueza del país; antes bien, creemos que ello existe pura
y simplemente en las especulaciones de unos pocos franceses de
gran ingenio y doctrina. Sin embargo, aun cuando no estimemos
dignos de extenso y escrupuloso examen los errores de un sistema
que poco o ningún daño ocasionara en parte alguna
del mundo, procuraremos exponer, con la mayor precisión y
claridad posibles, la base y contenido del mismo.
[…]

Reza un proverbio que para enderezar una vara que se
tuerce demasiado hacia un lado, es necesario torcerla otro tanto
hacia el otro. Los filósofos franceses que han puesto el
sistema agrícola como la única fuente de renta y de
riqueza de la nación, adoptaron al parecer esa
máxima, […]

Las diversas categorías de personas que
aparentemente han contribuido siempre en una forma o en otra a la
producción anual de la tierra y del trabajo del campo se
dividen por aquellos filósofos en tres clases: la primera
esta constituida por los propietarios de la tierra; la segunda,
por los cultivadores, los colonos y los trabajadores del agro, a
quienes honran con el epíteto peculiar de "clase
productora"; la tercera, por los artesanos, fabricantes o
comerciantes, a quienes pretenden humillar con el calificativo
denigrante de clase estéril o improductiva.

La clase de los propietarios contribuye a la
producción anual con los gastos que suele hacer en
diferentes ocasiones para mejorar la tierras, construir
edificios, desaguaderos, cercas y otras obras útiles,
haciéndolos de nuevo o manteniéndolos en perfecto
estado, y por cuyo medio pueden los cultivadores, con el mismo
capital, recoger mayor cantidad de frutos, pagando aún
mayor renta a su señor. […]

Los cultivadores o colonos contribuyen a la
producción anual mediante aquellos desembolsos que, con
arreglo al vocabulario de este sistema, se llaman gastos
primarios y anuales, y se aplican al cultivo de la tierra. Los
gastos denominados primarios comprenden los efectuados en
instrumentos de labranza, en ganado y simiente, y en el
mantenimiento de la familia del colono, así como de los
criados y de los animales, por lo menos durante aquel espacio de
tiempo o parte del primer ano de arrendamiento, en que
todavía no se ha recibido la recompensa de los frutos. Los
gastos anuales se hallan representados por las inversiones en
simientes, conservación y amortización de los
aperos, y mantenimiento anual de los criados y animales de
trabajo, sin olvidar la familia del colono, en el supuesto de que
parte de ella se dedique a la labranza. […]

Los gastos territoriales del propietario, conjuntamente
con los gastos iniciales y los anuales del colono, son las
únicas tres clases de gastos que se consideran productivos
en este sistema. Todos los otros desembolsos y todas las
demás clases de personas, incluso aquellas que,
según opinión común, se tienen por las mas
útiles, las representa esta doctrina como absolutamente
improductivas y estériles.

Los artesanos y los manufactureros, o sea aquellas
personas cuya industria, según la acepción
común de las gentes, contribuye a aumentar en alto grado
el valor de las producciones primarias de la tierra, se
representan en este sistema como si fueran yermas e infecundas.
Su trabajo, según se dice, reintegra tan solo el capital
invertido, con los beneficios ordinarios. Este capital
consistente en los materiales, herramientas y salaries
anticipados por los patronos, y es el fondo destinado a
proporcionarles ocupación y sustento. […] El capital
empleado en el comercio es también improductivo y
estéril, lo mismo que el empleado en la manufactura.
Reproduce su propio valor, sin añadir otro nuevo. Sus
beneficios no representan otra cosa sino el reembolso de la
manutención que la persona que lo emplea se adelanta a si
misma, durante el tiempo de la inversión, o hasta que
recibe su recompensa. Constituyen solo el reembolso de una parte
de los gastos que se precisan para emplearlo.

El trabajo de los artesanos y de los manufactureros no
añade absolutamente nada al valor del producto anual
integro de la producción primaria de la tierra, aunque en
verdad incrementa grandemente el valor de alguna de las partes de
ese producto primario. Pero el consumo que realiza
simultáneamente de otras partes de ese mismo producto es
precisamente igual al valor que incorpora, de tal suerte que el
valor del monto total no se ve en ningún momento
incrementado.

[..]

El error capital de este sistema consiste principalmente
en representar a los artesanos, fabricantes y mercaderes como una
clase de gentes improductivas e infecundas. Intentaremos
demostrar lo improcedente de ese criterio mediante las
observaciones siguientes.

En primer lugar, se admite que esa pretendida clase
ociosa reproduce anualmente el valor del propio consumo anual,
conservando el fondo capital que la mantiene y emplea. Pero basta
este solo motive para considerar que se le aplica con mucha
impropiedad la denominación de clase improductiva y
estéril. No podríamos decir que un matrimonio es
estéril e improductivo porque no produce mas que un hijo y
una hija, para reemplazar al padre y a la madre, no aumentando
por consiguiente, las cifras de la especie humana, a pesar de que
contribuye a conservarla. Ciertamente que los labradores y
trabajadores del campo, además de reemplazar el fondo que
les mantiene y emplea, reproducen anualmente cierto producto
neto, que es renta del señor del predio. Pero así
como un matrimonio que procrea tres hijos es ciertamente mas
productivo que el que solo da dos, así el trabajo del
labrador es sin duda mas productivo que el de los mercaderes,
artesanos y fabricantes, sin que este superior producto de una
clase signifique que la otra sea estéril e
infecunda.

En segundo lugar, y por esa misma razón, resulta
impropio comparar al artesano y al comerciante con los criados
domésticos. El trabajo de estos ultimos no preserva la
existencia del fondo que los mantiene y emplea. Su sustento y su
servicio quedan totalmente a expensas de sus amos, y la obra que
realizan no es capaz de resarcir aquel gasto. Consiste
simplemente en unos servicios que perecen generalmente en el
instante mismo en que se efectúan, sin realizarse ni
concretarse en una cosa susceptible de venta que reponga el valor
de sus salaries y mantenimientos. El trabajo del artesano y el
del mercader, por el contrario, se realiza y concreta
naturalmente en una mercancía vendible, y esta es la
razón de que nosotros incluyamos los artesanos fabricantes
y comerciantes entre los trabajadores productivos, y los criados
domésticos entre los improductivos y estériles, en
el capitulo en que se trato del trabajo productivo y del
improductivo

En tercer lugar, siempre será inoportuno decir
que el trabajo de los artesanos, fabricantes y mercaderes no
aumenta el ingreso real de la sociedad. Aunque supongamos,
admitiendo los supuestos del sistema, que el valor de lo que esta
clase consume diaria, semanal y anualmente, es exactamente igual
a su producción anual, mensual o diaria, no se infiere de
aquí que su trabajo no añade nada a la renta real,
al valor efectivo del producto anual de la tierra y del trabajo
de la sociedad. […]

En cuarto lugar, los colonos y los trabajadores
agrícolas son tan incapaces de aumentar la renta real, el
producto anual de la tierra y del trabajo de la sociedad, si no
proceden con sobriedad, como los artesanos, fabricantes y
mercaderes. El producto anual de la tierra y del trabajo de la
nación solo puede aumentarse por dos procedimientos: o con
algún adelanto en las facultades productivas del trabajo
útil, que dentro de ella se mantiene, o por algún
aumento en la cantidad de ese trabajo. […]

En quinto y ultimo lugar, aunque supongamos, como parece
hacerlo el referido sistema, que las rentas de los habitantes de
un país consisten enteramente en la cantidad de
subsistencia y de alimentos que su actividad les proporcione,
siempre resultara que la renta de una nación comerciante y
manufacturera, en igualdad de circunstancias, tiene que ser mucho
mayor que la de un país sin comercio ni manufacturas.
Mediante el ejercicio de estas ultimas actividades, un
país puede importar anualmente una cantidad mayor de
subsistencias que la que podría proporcionarle el suelo de
su país en las condiciones actuales del cultivo. Los
habitantes de una ciudad, aunque no posean tierras propias,
pueden obtener con el producto de su industria tal cantidad de
materias primas y alimenticias de otras personas, que basten para
proveerles de los materiales necesarios a sus oficios y de las
provisiones imprescindibles a su subsistencia. Lo que es una
ciudad con respecto a sus campos vecinos, puede serlo un Estado
independiente con respecto a países extraños.
[…]

Libro
quinto

CAPITULO I

De los gustos del Soberano o de la
República

Parte I

De los gastos de defensa

La primera obligación del Soberano, que es la de
proteger la sociedad contra la violencia y de la invasión
de otras sociedades independientes, no puede realizarse por otro
medio que el de la fuerza militar. […]

Parte II

De los gastos de justicia

El segundo deber del Soberano, consiste en proteger,
hasta donde sea posible, a los miembros de la sociedad contra las
injusticias y opresiones de cualquier otro componente de ella, o
sea el deber de establecer una recta administración de
justicia.

Parte III

De los gustos de obras publicas e
instituciones publicas

La tercera y ultima obligación del Soberano y del
Estado es la de establecer y sostener aquellas

instituciones y obras publicas que, aun siendo
ventajosas en sumo grado a toda la sociedad, son, no obstante, de
tal naturaleza que la utilidad nunca podría recompensar su
costo a un individuo o a un corto numero de ellos, y, por lo
mismo, no debe esperarse que estos se aventuren a fundarlas ni a
mantenerlas. […]

Después de las instituciones y obras publicas
necesarias para la defensa de la sociedad y de la
administración de justicia, que acabamos de mencionar, las
principales son aquellas que sirven para facilitar el comercio de
la nación y fomentar la instrucción del pueblo. Las
instituciones educativas son de dos clases: las destinadas a la
educación de la juventud y las que se establecen para
instruir a las gentes de todas las edades. […]

CAPITULO II

Sobre las fuentes de donde proceden los ingresos
públicos y generales de la sociedad

La renta, que no solo ha de enjugar los gastos de
defensa de la sociedad y sostener la dignidad del principal
magistrado, sino todos los demás gastos del Gobierno, para
los cuales la Constitución del Estado no ha
señalado algún ingreso particular, proviene bien
sea de un fondo que pertenece al Soberano o a la comunidad y es
independiente de los ingresos del pueblo, o bien de la renta de
la nación.

Parte I

De las fuentes de ingresos que pertenecen
particularmente al Soberano o a la
República

Esos fondos o fuentes de ingresos que pertenecen de una
manera peculiar al Soberano o a la comunidad, pueden consistir en
capitales o en tierras.

El Soberano, como cualquier otro propietario de capital,
puede obtener una renta de el, bien empleándolo
directamente o prestándolo. En el primer caso, obtiene un
beneficio; en el segundo, un interes. […]

Parte II

De los impuestos

Los ingresos privados de los individuos provienen, como
ya tuvimos ocasión de observar en la

Primera parte de esta Investigación, de tres
fuentes diferentes: rentas, beneficios y salaries. En
consecuencia, todo impuesto se ha de pagar, en ultima instancia,
por alguna de estas fuentes de ingreso, o por todas a la vez.
[…]

[…] es necesario dejar establecidas las cuatro
máximas siguientes, que comprenden a todos los tributes en
general.

I. Los ciudadanos de cualquier Estado deben contribuir
al sostenimiento del Gobierno, en cuanto sea posible, en
proporción a sus respectivas aptitudes, es decir, en
proporción a los ingre- sos que disfruten bajo la
protección estatal. Los gastos del Gobierno, en lo que
concierne a los súbditos de una gran nación, vienen
a ser como los gastos de administración de una gran
hacien-

da con respecto a sus copropietarios, los cuales, sin
excepción, están obligados a contribuir
en

proporción a sus respectivos intereses. En la
observancia o en la omisión de esta máxima consiste
lo que se llama igualdad o desigualdad de la imposición.
Es necesario tener presente que cualquier impuesto que finalmente
se pague por una sola de esas tres fuentes originarias de ingreso
sin afectar a las otras dos, es esencialmente desigual.
[…]

II. El impuesto que cada individuo esta obligado a pagar
debe ser cierto y no arbitrario. El tiempo de su cobro, la forma
de su pago, la cantidad adeudada, todo debe ser claro y precise,
lo mismo para el contribuyente que para cualquier otra persona.
Donde ocurra lo contrario resultara que cualquier persona sujeta
a la obligación de contribuir estará mas o menos
sujeta a la férula del recaudador, quien puede muy bien
agravar la situación contributiva en caso de malquerencia,
o bien lograr ciertas dádivas, mediante amenazas. La
incertidumbre de la contribución da pábulo al abuso
y favorece la corrupción de ciertas gentes que son
impopulares por la naturaleza misma de sus cargos, aun cuando no
incurran en corrupción y abuso. La certeza de lo que cada
individuo tiene obligación de pagar es cuestión de
tanta importancia, a nuestro modo de ver, que aun una desigualdad
considerable en el modo de contribuir, no acarrea un mal tan
grande según la experiencia de muchas naciones— como
la mas leve incertidumbre en lo que se ha de pagar.

III. Todo impuesto debe cobrarse en el tiempo y de la
manera que sean mas cómodos para el contribuyente. Un
impuesto sobre la renta de las tierras o de las casas, pagadero
en el momento mismo en que el dueño las cobra, se percibe
con la mayor comodidad para el contribuyente, pues se supone que
en esa epoca se halla en mejores condiciones de satisfacerlo. Los
impuestos que recaen sobre aquellos bienes de consumo que, al
mismo tiempo, son artículos de lujo, vienen a pagarse
definitivamente por el consumidor y de una manera muy
moda para el. Los va satisfaciendo poco a poco, a medida
que tiene necesidad de comprarlos. Como, por otra parte,
también se halla en libertad de adquirirlos o no,
según le plazca, la incomodidad resultante de estos
impuestos es una culpa que a el únicamente se le puede
imputar.

IV. Toda contribución debe percibirse de tal
forma que haya la menor diferencia posible entre las sumas que
salen del bolsillo del contribuyente y las que se ingresan en el
Tesoro publico, acortando el periodo de exacción lo mas
que se pueda. Un impuesto únicamente puede recabar de los
particulares mayores cantidades de las que de hecho se ingresan
en las cajas del Estado en los cuatro casos siguientes: primero,
cuando la exacción requiere un gran número de
funcionarios, cuyos salaries absorben la mayor parte del producto
del impuesto y cuyos emolumentos suponen otra contribución
adicional sobre el pueblo.

Segundo, cuando el impuesto es de tal naturaleza que
oprime la industria y desanima a las gentes para que se dediquen
a ciertas actividades que proporcionaban empleo y
mantendrían un gran número de personas. De esa
manera, cuando se obliga a alguien a pagar una
contribución de esa especie, disminuye o anula los fondos
que servirían para satisfacerla de una manera mas
fácil. Tercero, las confiscaciones y penalidades en que
necesariamente incurren los individuos que pretenden evadir el
impuesto, suelen arruinarlos, eliminando los beneficios que la
comunidad podría retirar del empleo de sus capitales. Un
impuesto excesivo constituye un poderoso estimulo a la
evasión, por lo cual las penalidades a los contraventores
crecen proporcionalmente a la tentación que la ocasiona.
La ley, contrariamente a los principios de justicia, suscita,
primero, la tentación de infringirla y, después,
castiga a quien la viola, y, por lo común, agrava la
penalidad en proporción a las circunstancias que debieran
contribuir a mitigarla, o sea el estado de animo propicio a la
comisión del delito. Cuarto y finalmente, cuando se sujeta
los pueblos a visitas frecuentes y fiscalizaciones odiosas, por
parte de los recaudadores, se les hace objeto de muchas
vejaciones innecesarias, opresiones e incomodidades, y aunque la
vejación, en un sentido riguroso, no significa
ningún gasto, es ciertamente equivalente a una carga que
cualquiera redimiría gustoso. De uno u otro de estos
cuatro modos distintos, los impuestos llegan a ser con frecuencia
mucho mas gravosos para el pueblo que ventajosos para el
Soberano.

La justicia clara y evidente de las cuatro
máximas antes citadas ha contribuido a recomendarlas, en
mayor o menor grado, a la atención de todas las naciones.
Todas ellas han procurado que sus tributes fuesen lo mas
equitativos posible, ciertos y cómodos para el
contribuyente, tanto por lo que respecta a la época como
al modo de pago, y lo menos gravosos para el pueblo, en
proporción al ingreso que reportan al Soberano.
[…]

CAPITULO III

De las deudas publicas

En el primitivo estado social que precede a la
expansión del comercio y a los adelantos de las
manufacturas, y en que se desconocen todos aquellos costosos
artículos de lujo que solo las mencionadas actividades son
capaces de procurar, quien posee un ingreso cuantioso no puede
gastarlo de otra suerte ni disfrutarlo de otra manera sino
manteniendo toda la gente que sea posible sustentar con el mismo.
[…] Puede decirse que un ingreso cuantioso equivale a la
facultad de disponer de una gran cantidad de cosas necesarias
para la vida. En las primitivas etapas de la sociedad, todo
ingreso de esa clase se paga realmente en una gran cantidad de
artículos necesarios para la subsistencia, alimentos,
vestidos burdos, granos, ganado, lana y pieles sin curtir.
Mientras no existen comercio ni manufacturas que permitan ofrecer
algunas cosas por las cuales se puedan cambiar la mayor parte de
aquellos materiales que sobrepasan el consume personal, el
dueño no puede usarlos en otra forma sino alimentando y
vistiendo a cuantos le sea posible. Una hospitalidad sin lujo y
una liberalidad sin ostentación dan origen, en aquel
estado de cosas, a los principales gastos del rico y del
poderoso; pero también procurábamos poner de
relieve, […] que tales dispendios difícilmente llegan a
ocasionar su ruina. No hay, sin embargo, diversión por
frívola que sea, cuyas consecuencias no hayan arruinado a
algunos. [….]

La misma disposición a ahorrar y atesorar que se
advierte en los subditos prevalece también en el Soberano.
En aquellas naciones donde el comercio y las manufacturas son
todavía poco frecuentes, el Soberano se encuentra en una
situación que le predispone naturalmente a la parsimonia
requerida para atesorar. […] En ese estado de cosas, ni aun los
gastos del Soberano se inspiran por la vanidad que encuentra
deleite en el ostentoso despliegue de una Corte. La ignorancia
misma de los tiempos permite disponer de muy pocos
artículos característicos de dicha
ostentación. No se necesitan ejercitos permanentes,
así que los gastos del Soberano, como los de cualquier
otro señor, apenas pueden aplicarse sino a muestras de
liberalidad con los colonos y hospitalidad con los invitados.
Pero estos actos rara vez conducen a la extravagancia, aunque
casi siempre a. la vanidad.

[.]

En un país donde florece el comercio y abunda
todo genero de costosos artículos de lujo, lo mismo el
Soberano que todos los grandes propietarios de sus dominios
gastan naturalmente una gran parte de sus ingresos en procurarse
aquellos objetos suntuarios. Tanto su nación como los
países vecinos le proveen con abundancia de todos aquellos
artículos frivolos y costosos que componen el aparato a la
vez espléndido y banal de una Corte. […] Sus gastos
ordinarios se equiparan con sus ingresos, cuando no los exceden,
como suele ocurrir frecuentemente. No cabe, en consecuencia,
poner muchas esperanzas en la acumulación de tesoros, y
por ello, cuando circunstancias extraordinarias requieren gastos
igualmente extraordinarios, ha de acudir necesariamente a sus
subditos, solicitando de ellos una ayuda apropiada al caso.
[…]

La falta de prudencia en el gasto, en tiempo de paz, es
una de las principales causas de que se contraigan deudas en
épocas de guerra. Cuando la guerra estalla no hay en el
Tesoro sino lo indispensable para cubrir los gastos ordinarios en
época normal. Mas para hacer la guerra se necesita un
gasto tres o cuatro veces mayor para atender a las necesidades
del Estado y, por lo tanto, un ingreso que supere en la misma
proporción a los de los tiempos corrientes. Aun suponiendo
que el Soberano dispusiera de medios inmediatos para aumentar sus
ingresos en proporción al alza de sus gastos
—circunstancia que rara vez ocurre— todavía el
producto de aquellas contribuciones, el consiguiente incremento
de ingresos, no luciría en el Tesoro sino hasta pasados
diez o doce meses, desde que se establecieron los tributes. […]
Se incurre en gastos extraordinarios e inmediatos tan pronto como
se presenta el peligro, y este no espera al incremento gradual y
lento de las nuevas contribuciones. En tal apremio el Gobierno no
tiene, por lo tanto, otro recurso que el
empréstito.

La misma condición social y mercantil que, movida
por causas morales, conduce de este modo al Gobierno a la
necesidad de pedir prestado, produce en los subditos dos cosas:
la capacidad para prestar y la inclinación a hacerlo. La
misma circunstancia que obliga a tomar prestado va
acompañada de la posibilidad de realizar fácilmente
esa clase de operaciones.

En un país donde existen muchos comerciantes y
manufactureros, necesariamente abundan las personas por cuyas
manos pasan, no solo sus propios capitales, sino también
los de aquellos otros que les confían los suyos, mediante
el pago de un determinado interés, o les entregan
mercancías a crédito, pasando todos estos caudales
a través de aquellos con tanta o mas frecuencia de lo que
pasan las rentas de un particular que vive de esa clase de
ingresos, sin dedicarse a ningún trato o
negociación. Estas entradas, por lo regular, no pasan por
sus manos sino una vez al ano. Pero todo el capital y el
crédito de un comerciante que negocia en artículos
de un giro muy rápido puede pasar dos, tres y cuatro veces
anualmente por sus áreas. Por lo tanto, un país en
el que abundan comerciantes e industriales es también una
sociedad en la que necesariamente abunda una clase de gentes que
en todo momento puede adelantar, si quiere, sumas considerables
al Gobierno. En esto consiste la capacidad para prestar que
tienen los subditos de un Estado comercial.

No pueden florecer largo tiempo el comercio y las
manufacturas en un Estado que no disponga de una ordenada
Administración de justicia; donde el pueblo no se sienta
seguro en la posesión de su propiedad; en que no se
sostenga y proteja, por obra de. la ley, la buena fe de los
contratos, y en que no se de por sentado que la autoridad del
Gobierno se esfuerza en promover el pago de los débitos
por quienes se encuentran en condiciones de satisfacer sus
deudas. En una palabra, el comercio y las manufacturas
sólo pueden florecer en un Estado en que exista cierto
grado de confianza en la justicia del Gobierno. La misma
confianza que inclina el animo de los poderosos comerciantes e
industriales a confiar sus caudales a la protección de un
Gobierno, en circunstancias normales, esta misma confianza les
mueve a confiar el uso de ellos al Estado en casos
extraordinarios. Los empréstitos que hacen al Gobierno, de
ninguna manera los inhabilita para proseguir ejerciendo su
comercio e industria. Por el contrario, generalmente ensancha
esas actividades, porque las necesidades del Estado suelen
obligar al Gobierno a tomar dinero prestado en términos
muy ventajosos para el prestamista. […] De aquí nace la
disposición y complacencia en prestar, que se advierte
entre los súbditos de un Estado donde florece el
comercio.

Adam Smith

Antología esencial

Título original: "The Wealth of Nations"
Traducción: Gabriel Franco

 

 

Autor:

Billy Vasquez

Partes: 1, 2
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